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ADAON

EL ENGAÑO

 (Relato basado en hechos reales)

 

            Aquí estoy, escribiendo lo que, posiblemente, sean mis últimas palabras. Mi cuerpo corrompido y mi desgarrada alma ya no soportan más. El peso de la culpa es demasiado para mis hombros, y me siento enfermo, envejecido. ¡Oh, Dioses del Cielo y la Tierra, ¿ por qué lo hicimos?!

            Soy el último y la soledad es abrumadora. Si, el último de cuatro amigos que cometimos el mayor de los pecados. Ellos ya no están y, espero y rezo, para que hayan encontrado la paz, en el seno de alguna benévola Diosa. El castigo es demasiado duro, y no han podido resistirlo.

            ¿Qué hicimos, se preguntaran vuestras mercedes, para semejante castigo, mil veces peor que la muerte? ¿Qué cometimos, para ser maldecidos hasta el fin de los tiempos? ¿Qué hechos llevamos a cabo, para sufrir suplicios mil veces peores que los infernales? ¿Por qué nuestros cuerpos se corrompen, y nuestras almas han sido maldecidas hasta el fin del universo?

            ¡Hay, lector misericordioso! Si, por ventura, eres Hombre, como lo éramos nosotros, piensa, medita. ¿Cuál es el mayor pecado que puede hacer un Hombre? ¿Qué horrible acto es merecedor del mayor de los castigos?

            Si eres Hombre, amado lector, habrás necesitado cinco segundos para encontrar la respuesta. ¡ La única respuesta posible!. A buen seguro que tu frente se habrá perlado con gotas de frío sudor. El sudor frío que sólo el más grande de los terrores puede engendrar. Y comprenderás la maldición que cayo sobre nosotros..

            Pero, si eres Mujer, lo habrás adivinado al instante; pues los Dioses, en un acto de extrema sabiduría, os dotaron de la mayor inteligencia del Universo. Y, a buen seguro, que una amplia sonrisa ya adornará vuestro rostro de belleza etérea e inmortal.

            Si, amados lectores, cometimos el Gran Sacrilegio, el Pecado Supremo.

            Engañamos a nuestras mujeres.

 

            ¿Qué circunstancias se unieron para que cometiéramos semejante acto?. Ni yo mismo lo sé. A buen seguro que los dioses estaban juguetones aquel fatídico día cuando, en un acto extremo de orgullo y debilidad, pecamos.

            Mis pensamientos se agolpan en mi pobre cerebro, embotado por la culpa. Las palabras no salen, y el lápiz se atasca, no corre sobre el papel. ¡ Qué poco tiempo me queda, y tengo tanto que escribir!. Empecemos, pues el tiempo se acaba y quiero legar nuestra historia a las generaciones venideras; para que no cometan los mismos errores que nosotros; cuatro desdichados, cometimos.

            E aquí, pues, nuestra horrible historia.

 

 

            Corría el mes de septiembre del año de Nuestro Señor de 2004. Fuertes lluvias primaverales prometieron una temporada de setas realmente extraordinaria. Así que nosotros, los Cuatro Amigos, nos dispusimos a saciar nuestro apetito de monte y setas. Éramos expertos y nunca…¡NUNCA!, Regresábamos con los manos vacías.

            Elegimos, para aquella primera excursión de la temporada, las agrestes montañas de Enguera, famosas mundialmente por sus setas gordas y jugosas. Salimos antes del amaneces, cantando himnos a la Madre Naturaleza, por proveernos de tan sabroso alimento y seguros de regresar con un botín que sería la envidia de propios y extraños.

            Llegamos a los montes enguerinos y, cuatro horas después, las cestas estaban vacías. ¡ Oh, Dioses Malignos, ¿ por qué jugabais con nosotros?, pobres e insignificantes mortales?!. Pero nuestras suplicas no fueron escuchadas y, a la hora de comer, las cestas seguían vacías.

            Nos miramos, aterrados. Eramos Hombres, y habíamos fallado en la misión más sagrada: proveer de alimentos al hogar. En mi cabeza martilleaban las palabras dichas a mi amada esposa, momentos antes de salir del hogar: "Ve preparando los ajos y el cordero, amada mía, que de  las setas me encargo yo". A buen seguro que los ajos ya estarían pelados, limpios y troceados. El cordero, primorosamente salado y con la medida justa de pimienta, y el aceite hirviendo a la temperatura exacta. Ellas, nuestras amadas esposas, no habrían fallado. Pero, nosotros…¡Oh, Dioses!.

-         Caballeros, hemos fracasado en nuestra misión, - dije, cuando los cuatro formamos un círculo alrededor de las cestas vacías. - Los Dioses del Cielo y la Tierra nos han abandonado.

-         ¿Qué podemos hacer para remediar este desastre que, a buen seguro, pasará a los anales de la historia?, - murmuró Diego, el de la gallarda figura.

-         Señores, Hombres como yo; no soy el más indicado para calmar vuestros ánimos en estos momentos aciagos, - afirmé, rotundo.- Todos sabéis que mi inteligencia e ingenio son limitados. Pero, por una bendición del cielo, tenemos a Pedro. Todos sabéis, caballeros, que su fama de inteligente e ingenioso ha traspasado fronteras. ¡Hasta las Mujeres, los seres más inteligentes de la creación, le respetan! … Pedro, mi buen amigo, sé nuestro pastor. Enciende una luz en las tenebrosas tinieblas a que estamos abocados. Pedro, Hombre como nosotros, ¡Sálvanos! … Te lo suplicamos.

-         Caballeros, somos Hombres, y el Hombre siempre cumple su misión, por difícil que esta sea, por imposible que parezca. El Hombre nunca comete errores, el Hombre es duro como la piedra y tierno como la suave brisa marina. El Hombre es perfecto y, al serlo, sus actos también son perfectos… Caballeros, señores, hermanos míos. Estas cestas deben ser llenadas, - afirmó Pedro, sumido en profundas meditaciones. - Debemos regresar a nuestros hogares con la cabeza alta y las cestas llenas. Sólo así conseguiremos lo que, en justicia, nos corresponde: El Descanso del Guerrero.

-         ¡El Descanso del Guerrero!, - exclamamos todos al mismo tiempo. Era la meta suprema, el premio al Hombre por su abnegación y sacrificio.

-         Entonces, mi sabio amigo ¿ qué hacemos?.

-         Bajemos al pueblo a comer. Pienso mejor con el estómago lleno.

En el bar de Bartolo nos sirvieron con la exquisitez que nuestro sexo necesita. La comida fue digna de reyes, mejor dicho, digna de Hombres no preocupados por caderas estrechas y traseros generosos. Pues es bien sabido que la Mujer cuida su cuerpo, para deleite de su Hombre; pues así lo exige el Descanso del Guerrero.

Con el café en las manos, Pedro, nuestro sabio amigo, tomó la palabra.

-         Amigos míos, compañeros de fatigas y sufrimientos, sólo encuentro un remedio para remediar nuestra angustiosa situación.

-         ¿Qué remedio es ese, gran amigo, que nos salvará de la humillación y la vergüenza?, - quise saber al instante

-         Debemos comprar setas suficientes para llenar nuestras cestas a rebosar.

-         ¡Pero eso es un engaño!, - protestó Antonio, famoso por su tranquilidad y buen hacer. - Engañaremos a nuestras mujeres.

-         ¿Acaso mi tranquilo amigo, famoso por no alterarse ante cualquier situación, conoce otra salida al pozo sin fondo al que las circunstancias nos han arrojado?, - preguntó Pedro.

Todos callamos. Realmente, era la única solución a nuestros problemas. Sabíamos que era pecado. Pero… ¿ Había otro remedio?.

No nos fue difícil encontrar un lugar donde se vendían enormes y jugosas setas. Compramos suficiente cantidad para llenar las cestas. Incluso para regalar a nuestras bienamadas Suegras que, como bien sabe cualquier mortal, son seres perfectos en cuerpo y alma. Sólo el Hombre supera a la Suegra; por lo tanto, el Hombre debe cuidar de ella, colmándola de placeres y saciando todos sus apetitos.

Cenamos las cuatro familias juntas, saboreando los ajos, el cordero y las setas y, al regresar a casa, el Descanso del Guerrero.

-         Como me complace mi amado esposo, - murmuró mi esposa, después del Descanso, - A pesar del enorme agotamiento que sufres, después de recorrer los salvajes montes, en busca de nuestro alimento, me colmas de placeres inenarrables.

-         Sabes bien, esposa mía, dueña de mi hogar, que soy un Hombre; y mi sagrada misión es complacerte en todas tus necesidades - le dije, acariciando su piel, fina como la seda y olorosa como el perfume más exquisito del Universo.

-         Pero estarás agotado, esposo mío. ¿Qué puede hacer esta Mujer para aliviar tus sufrimientos?

-         Me vendía bien un masaje… y una bebida fría aquí, en la cama.

Y fortaleció mis músculos con un sabio masaje, al tiempo que me traía un daiquiri bien frío. Realmente, el inventor del Descanso del Guerrero se merece los mayores honores y reconocimientos. Debería haber un Premio Nobel para los dedicados a su investigación y perfeccionamiento.

 

 

Al sábado siguiente, volvimos a pecar. En realidad, apenas pisamos el monte, pues nada más entrar en Enguera, descubrimos una tienda repleta de setas… La tentación fue demasiado fuerte, incluso para Hombres avezados en soportar todos los sufrimientos. Compramos las setas y nos regalamos con un soberbio almuerzo. El tercer sábado, ni siquiera salimos al monte. Y así un sábado, y otro y otro. El demonio anidaba en nuestros corazones y no podíamos hacer nada contra el Señor de las Tinieblas ya que su poder supera al del Hombre.

Pasó la temporada de las setas, y llegó la de los caracoles. Siempre regresábamos a casa con las cestas llenas, recibiendo grandes Descansos del Guerrero. Y llegó la primavera, con su temporada de espárragos y, de nuevo, las cestas se llenaron a rebosar.

Pero un aciago día.

-         Tu rostro demuestra el gran cansancio que padeces, esposo mío, - murmuró mi dulce esposa, cuando entré en nuestro hogar, con la cesta rebosante de espárragos.

-         El monte es duro, amada mía. Kilómetros y kilómetros de arbustos espinosos, barro y rocas duras y afiladas…¿Viene ya el masaje?

Pero ella cruzó los brazos sobre sus pechos (verdaderas ánforas de  miel) y dijo estas palabras, que nunca olvidaré:

-         Si  en el monte hay tanto barro, tantos arbustos espinosos, tantas rocas malignas, ¿Cómo es que regresas tan limpio?

No pude soportar su mirada. Lo confesé todo, absolutamente todo. Y debo reconocer que mi alma quedó libre de la horrible carga que soportaba. Era demasiado tiempo, ¡meses enteros!, alargando aquel engaño, aquel horrible pecado, que nos ponía, a la misma altura que los asnos.

 

 

Ahora estamos aquí, esperando el veredicto del juicio más duro que ha visto la Historia. Mis tres amigos se amontonan en un sofá de dos plazas, mientras yo contemplo el cielo a través de la ventana. Cómo hemos cambiado en apenas unas pocas horas. Diego, famoso por su gallarda figura, parece una marioneta sin hilos; tiembla, y un hilillo de saliva le cae por la comisura de la boca. A su lado, Antonio, el de la inteligencia sin par, mira la pared con expresión vacuna, sólo le falta rumiar para ser un tonto toro manso. Nada brilla en sus ojos, salvo, tal vez, el más horrible de los terrores. Y Antonio, el  tranquilo, famoso por su calma y buen hacer, devora sus uñas hasta casi sangrar.

Por último yo, José, también llamado EL Retórico. Pero en esos momentos no sé que decir, las palabras han huido de mi mente. Sin embargo, debo hacer algo, aunque me cueste hasta la última gota de energía. Soy el Retórico, y en mi convergen las cualidades de mis tres amigos. ¿Qué significa la inteligencia sin una oratoria fluida que trasmita hasta el pensamiento más profundo?. ¿Para qué sirve una figura gallarda y hermosa, sin una palabra fuerte, que llame la atención sobre la hermosura corporal?. ¿ Acaso la calma no es reforzada con palabras suaves y hermosas?. Si, amables lectores, yo era el más indicado para ayudar a mis Hermanos de Sexo.

-         ¡Caballero!, - exclame, para llamar su atención. - Estamos viviendo momentos difíciles, pero somos Hombres, el resultado de miles de millones de años de evolución cósmica y biológica. No nos derrumbemos, señores. Afrontemos estos malos tiempos como Hombres. ¡Levantemos la cabeza, saquemos pecho y afrontemos lo que se avecinda con una sonrisa en los labios!.

-         Dices bien, hermano mío, - musitó Diego.- ¿Pero qué terribles males nos aguardan?

-         En la Mujer se unen la inteligencia y la belleza. Unidas, son las armas más poderosas del Universo, - ahora era Antonio, El Tranquilo, quien hablaba. - Y nosotros sólo somos Hombres, con inteligencia limitada por nuestra fuerza física y faltos, totalmente, de belleza. ¿Cómo podemos luchar? No tenemos armas con que defendernos.

-         ¡Caballeros, la historia nos contempla!. Hombres de la talla de Napoleón, Julio Cesar, Maradona o Albert Einstein tienen sus ojos fijos en nosotros. No solo ellos, caballeros, miles de Hombres, que digo miles, ¡ millones de hombres nos contemplan!. Sus espíritus, sus almas benefactoras, nos ayudan en estos instantes de tortura sin límites. ¿Podemos fallarles? … ¡No!. ¿Qué dirá de nosotros la Historia si fallamos en estos momentos de prueba?.

-         Son palabras sabias, mi buen amigo. Pero esos Hombres nunca han tenido que poner una lavadora.

-         ¿Poner lavadoras?, ¿ Crees, mi buen Diego, que será el castigo que nos aguarda?.

-         Creo que sólo será una parte del castigo, - Y Diego se derrumbó en el sofá.

-         Tal vez nos obliguen a barrer e, incluso, pasar la fregona.

Un ramalazo de miedo recorrió mi espina dorsal. ¿Serían capaces de semejante maldad?. Los Hombres, en su perfección, están destinados a tareas sublimes y, por lo tanto, su educación y fisiología no contempla distinguir conceptos tan abstractos como  " suavizante" " lejía para color", "escoba", "aspiradora" o " detergente". Si, por ignorancia, no he escrito bien esas palabras, espero que vuestras almas sean benévolas, y sepáis perdonarme.

Pero mis amigos, sumidos en el terror más absoluto, hablaban de torturas sin límites.

-         Nos obligaran a cocinar. Incluso pelaremos cebollas

-         Adiós al Descanso del Guerrero, - y un gemido recorrió la sala.

-         Pondremos lavavajillas.

-         ¡No, eso no. Cualquier cosa menos eso!

-         Quitaremos el polvo, - como bien sabrán vuestras mercedes, el Hombre nunca acumula polvo. Si, por ventura, sus muebles lucen una patina de algo blanco, es que cría ácaros en vez de perros. Todo Hombre es consciente que el ácaro proporciona mucha más compañía que el perro, y no ensucia en absoluto.

-         Tal vez no nos dejen acumular cosas inservibles para Mujeres, pero útiles para Hombres. - también sabrán, caritativos lectores, que la Mujer tiene una palabra para los objetos que ella clasifica de inservibles ( herramientas que nunca se usan, miles de colecciones en fascículos que ningún Hombre termina…)pero que el Hombre, en su perfección, acumula: trastos, es la palabra. Pero, para el Hombre son: objetos imprescindibles para el buen desarrollo de la persona.

-         Nos untaremos con cremas y nos afeitaremos todos los días. Incluso utilizaremos desodorantes con fragancia a rosas.

-         ¡Dios mío, no!.

-         ¡Tendremos que darles más cariño que sexo!.

-         Hooooooooooo, noooooooooooooooo!

Yo, alejado de la interminable lista, pensaba que debíamos prepararnos para lo peor, para el Castigo Máximo. Para el más odioso de los actos terrenales. Para… Lo Innombrable.

-         ¡Caballeros!, todas esas torturas serán pasadas con la gallardía y fortaleza propia de nuestro sexo. Pero hay algo que las supera, y debemos estar preparados para afrontarlo.

-         ¿Acaso te refieres a…?, - Diego, el de la gallarda figura, no pudo acabar la pregunta.

-         ¿Serán capaces de…?

-         La Mujer, al sentirse engañada, es capaz de todo.

-         ¿Entonces crees, mi buen amigo, que nos obligarán a…Ir de tiendas?.

-         ¡No vuelvas a pronunciar lo Innombrable, amigo mío, o la mayor de las maldiciones caerá sobre nuestras cabezas!. Pero si, eso creo.

Un gemido, producto del terror más espantoso, salió de nuestros corazones. El Hombre no está capacitado, ni física ni mentalmente, para superar la dura prueba de entrar en una tienda de ropa con una Mujer. El Hombre es perfecto pero, debido a las enormes tensiones y responsabilidades a que está sometido a diario, ha evolucionado de forma diferente a la Mujer. Fisiológicamente, por ejemplo, sus píes no están preparados para soportar interminables horas de píe, mientras su Esposa se prueba centenares de vestidos. Sus ojos no han evolucionado lo suficiente para saber si un cinturón verde " va bien" con un vestido naranja. Sus brazos, aunque fuertes y varoniles, no pueden soportar el peso de bolsos, abrigos, chaquetas, paraguas y mil cosas más que molestar a su Esposa en cuanto entra en una tienda de ropa. Su cabeza no puede inclinarse lo suficiente para admirar los zapatos perfectos, que van perfectos al perfecto vestido que su perfecta Esposa a elegido para la ocasión perfecta que, invariablemente no será perfecta para su Esposo.

En resumidas cuentas: ir de tiendas es la Tortura Suprema para el Hombre.

Estaba sumido en estos oscuros pensamientos, cuando las cuatro esposas entraron en la habitación. No dijeron nada, pero sus miradas bastaron.

 

 

De eso hace ya quince días, y consumo mis últimas energías en escribir estas pocas líneas. En estas dos semanas, he comido en sitios abominables, donde un bistec  sangrante está prohibido, he visto películas tan espantosas (Los Puentes de Madison, Petti Whoman…) que deberían prohibirse. He limpiado el polvo, cocinado, puesto lavadoras y lavavajillas, incluso, aunque no lo crean, la he llevado al ballet, y no he visto ni un solo partido de fútbol, ni una carrera de coches, ni he puesto los píes encima del sofá. Mi cuerpo está perfectamente limpio, incluso huele a rosas y frambuesas (el desodorante, claro)… Y, sobre todo… e ido de tiendas con ella . Todas las tiendas de mi amada Xàtiva han sido visitadas en estas dos semanas, y hay muchas tiendas de ropa en Xàtiva. Tuvo la gentileza de comprarme una corbata tan horrorosa, que es una ofensa para la vista. Pero sé que estaré obligado a llevarla en la ocasión que ella elija.

Acabo mi relato con mis últimas fuerzas y una súplica: por favor, recordadme en vuestras oraciones.

Adiós.

 

 

 

 

José Bataller Sanchis

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