Arte mesopotámico primitivo
El viejo país, que los griegos llamaron Mesopotamia (país entre ríos) fue sede de una de las civilizaciones más potentes de la historia. Sólo puedes ser comparada con el la de Egipto, por la magneficiencia de sus monumentos, por sus escritos y, en general, por todo su arte y cultura.
En aquella época, Mesopotamia era una zona muy fértil, abundantemente regada por los ríos Tigris y Efrates que delimitaban su territorio. Estas condiciones permitieron que muy pronto las tribus nómadas se convirtieron en sedentarias, desarrollando la agricultura y la ganadería. Fue en Mesopotamia donde se empezó a cultivar y cuidar las bases de la alimentación actual: trigo, cebada, avena, lentejas, garbanzos, cebollas, ajos, ovejas, vacas, cabras...En algunos aspectos, Mesopotamia es la base de nuestra civilización, allí nació y dió sus primeros pasos.
El arte de Mesopotamia, al contrario que el egipcio, que evolucionó muy poco a lo largo del tiempo, es el resultado de una gran diversidad étnica (sumergios, semitas, castas, indoeuropeos...) y de grandes vicisitudes históricas (guerras, conquistas, desastres naturales...) lo que complicó extraordinariamente su desarrollo, produciendo una considerable variedad de formas y estilos. Para estudiarlo, es necesario comprender los pueblos que allí habitaron, pues cada pueblo trajo su cultura, que muchas veces se mezcló con la cultura ya existente en el territorio, dando forma a otra cultura que se refleja en el arte.
Los libros más antiguos de la Biblia sitúan en Mesopotamia el comienzo de la historia, y es así por que los primeros nombres, tanto de personas como de ciudades, son mesopotámicos: Erek, Akkab, Badil, Babilonia...Nombres de ciudades y personajes, que nos trasportan miles de años atrás. Historias de grandes batallas, conquistas, diluvios universales, grandes torres y jardines colgantes tienen su origen en Mesopotamia. También nos hablan de grandes, poderosos y crueles reyes, de sabios sacerdotes y dioses severos. Aquí nacieron grandes leyendas, que han dado forma a nuestras religiones, como la del diluvio universal y el arca de Noé, el paraíso terrenal, Adan y Eva...
El nacimiento de la arquitectura.
El Mesopotamia se resolvieron muchos problemas arquitectónicos que hoy se usan para la construcción de nuestras viviendas y demás edificios. Esto fue posible por que los arquitectos de aquel imperio tenían pocos materiales a mano: sólo disponían de tierra, paja, agua y sol. Con estos materiales inventaron el ladrillo, que en aquella época era de arcilla cruda mezclada con paja, amasados y secados al sol, consiguiendo lo que hoy se llama adobe y que aún es utilizado en aquellas zonas. En ocasiones, llegaron a cocerse, pero sólo se usaban para revestimientos y como ornamento en las edificaciones. También inventaron las vigas y los morteros para unir los ladrillos.
Como es de suponer, éstas edificaciones eran muy frágiles, pues el adobe se deshace con la lluvia y se cuartea por la alternancia frio-calor del día y la noche. Prácticamente, todos los reyes tuvieron que ocuparse de reconstruir y restaurar los edificios públicos así como las murallas defensivas; y una tarea cotidiana de toda familia era el mantenimiento de sus casas. Las casas solían ser de forma cúbica, con terraza en ves de tejado,con un patio para un pequeño huerto y cuadras. En la parte superior estaban las habitaciones y, en la inferior, las zonas comunes: cocina, vestíbulo, despensa...Las casas más ricas ya disponían de agua corriente y unas primitivas alcantarillas. No hay mucha diferencia entre estas casas mesopotámicas y lo que hoy conocemos como “adosados”.
El palacio era el verdadero centro neurálguico de la ciudad. Además de ser el hogar del soberano y su séquito de nobles, funcionarios, artistas, soldados, diplomáticos y artesanos, era el centro de la administración, de la cultura y la religión. Estaba dividido en zonas muy bien delimitadas: la zona privada del monarca, la zona de trabajo; donde los funcionarios desarrollaban su labor burocrática y la zona religiosa, además de almacenes, despensas, cuadras, cuarteles, talleres, escuelas...
Como muchos palacios, era una enorme sucesión de pasillos y estancias desarrolladas de forma horizontal y no vertical. Todos los que trabajaban en el palacio vivían en él, lo que nos da una idea de sus dimensiones, algunas veces, gigantescas. Siempre se construían sobre un terraplén, para evitar los problemas de humedad propios de un país situado entre dos ríos. Los techos eran planos, salvo en raras ocasiones donde se usó el arco y la bóveda, y se recubrieron con betún para evitar filtraciones de agua. En ocasiones, ya disponían de retretes, baños, agua corriente, alcantarillas y primitivos sistemas de aire acondicionado.
En muchos edificios, generalmente públicos, se colocaban representaciones o estatuas de animales fantásticos, generalmente toros alados o leones. Su función era doble: protegían a los moradores de la vivienda y vigilaban que ningún extraño les molestara.
Los mesopotámicos desconocían el deporte (salvo los entrenamientos imprescindibles en la milicia) y el teatro. Al contrario que en Grecia, nunca construyeron edificios dedicados al deporte o a los espectáculos ya que toda su vida cotidiana giraba en torno a una severa y dura religión.
Inventaron el riego de cosechas y, para desarrollar esta ciencia tuvieron que inventar la noria, las presas, las acequias, tuberías y una normativa que regulase el disfrute equitativo del agua. Sobre esto se sabe poco, pero lo suficiente para saber que las acequias eran simples canalizaciones de tierra sin recubrir, salvo en los sitios donde se dividía el caudal, donde se construyeron muros de piedra unidos con una argamasa, similar al cemento actual, que resistía mejor los efectos del agua que la usada en los ladrillos. Sus presas eran pequeñas pero muy numerosas. Levantaban dos muros, uno de piedras que soportaba el agua y el exterior de ladrillos de adobe. Entre ambos muros colocaban un relleno seco de arcilla, tierra y grava. Algunas presas, en la actualidad, siguen este mismo método.
El arte acadio.
El esplendor sumerio fue destruido hacía el 2470 antes de Cristo, al ser invadido por los pueblos semitas nómadas (o acadios), llamados “Los Hijos de Sem” o los “cabezas negras” por su costumbre de tintarse el pelo de negro y dejarse grandes y tupidas barbas rizadas, también tintadas de negro. Los semitas dominaron Mesopotamia durante dos siglos de esplendor. Hicieron pocas modificaciones en la administración, aunque impusieron su idioma, consiguiendo adaptar la antigua escritura cuneiforme a su propio idioma, cosa nada fácil.
En el arte, los príncipes acadios continuaron las tradiciones artísticas del país, dejando que evolucionara por sí mismo. No hubo ningún corte traumático en la civilización, pero el espíritu semita aportó una sensibilidad y fantasía muy alejada del rígido y duro arte sumerio. Las figuras adquieren movimiento, cuentan historias, relatan hechos históricos, como veremos más tarde.
Lo que más cambió, sin embargo, fue la moda en el vestir y en el acicalamiento personal. Los hombres se dejan grandes y rizadas barbas y las mujeres usan telas más ligeras y coloridas que los pesados mantos sumerios. Desarrollaron muchas técnicas de maquillaje y peluquería, pues hombres y mujeres cuidan su aspecto hasta limites que hoy clasificaríamos de mal gusto y exagerados, y hay una especie de boom en los complementos del vestir. Es una moda que muchos pueblos limítrofes al imperio clasifican de “escandalosa”.
La fantasía y libertad aportados por los acadios se refleja en su religión. Antes de su invasión, los dioses eran oscuros, severos e intervenían poco en la vida cotidiana. Pero, en manos de los artistas semitas aparecen con frecuencia. El omnipresente Shamash, el dios solar aparece por doquier, y la sensual Ishtar, la diosa de la guerra y el amor se hace familiar por todas partes. Esta familiaridad aumenta en el periodo babilónico, nueva etapa de prepotencia semita. Las figuras celestiales, con cuernos, tanto masculinas y femeninas, abundan cada vez más. Incluso son representadas en tablillas de arcilla, siempre con un carácter altivo no exento de una profunda humanidad. En ocasiones, llevan cetros simbólicos cuyo significado se desconoce.
Un objeto característico de esta cultura son los cilindros de piedra, que se utilizaban para firmar y sellar las tablillas de arcilla, donde se escribía todo: desde textos sagrados hasta cuentas comerciales. Es la primera expresión de una firma al finalizar el documento, la marca de su propietario o su voluntad de conformidad con lo que dice el documento. Los sellos más antiguos son piedras talladas planas o ligeramente convexas que producían una impresión al comprimir la arcilla tierna. Pero muy pronto se usaron cilindros que, al ser rodados sobre la arcilla tierna desarrollaron una imagen repetida tantas veces como se hiciera rodar el sello.
Uno de esos cilindros, El Cilindro de la Tentación, puede representar la primera leyenda conocida de Adán y Eva. Su imagen refleja a una mujer, un hombre, un árbol y una serpiente. Pertenece al III milenio antes de Cristo y es considerado, por su perfección artística, la cumbre de este pequeño arte.
En manos de los semitas, esta costumbre mesopotámica proporcionó verdaderas obras de arte que, si fueran de mayor tamaño (el mayor apenas alcanza los 5 centímetros) ocuparían lugares de honor en los museos. La escala minúscula en que fueron realizados y el hecho de que se trata de grabados hundidos, “en negativo”, para que produzcan una huella en relieve, hacen aún más notable su perfección. Pero sólo pueden ser admiradas con ampliaciones fotográficas o lupas, lo que hace dificultoso que el gran público pueda admirarlas.
El rico periodo acadio sólo duró dos siglos. Mesopotamia desataba pasiones y fuertes ambiciones entre sus vecinos, pues era muy rica y fértil. Los semitas fueron barridos por los guti, feroces pueblos nómadas de las montañas del Nordeste. A su vez, los guti fueron exterminados por los propios sumerios. Después de unas cuantas revoluciones y golpes de estado, las ciudades alcanzan un nuevo esplendor, regresando a las costumbres anteriores a la invasión semita. A éste periodo se le llama neosumerio y se sabe muy poco de él. Finalizó con la caída de Ur, en el 2015 antes de Cristo, con una nueva invasión semita, que empezó el periodo babilónico.
Le Epopeya de Gilgamesh
La Epopeya de Gilgamesh es una de las obras literarias más importantes de la antigüedad, y sus ecos resuenan en la literatura posterior, desde la Biblia hasta Homero. Gilgamesh fue el cuarto rey de Uruk hacia el año 2750 a. C. y es el protagonista de esta epopeya, en la que se cuentan sus aventuras y la búsqueda de la inmortalidad junto a su amigo Enkidu.
La historia de Gilgamesh está escrita en doce tablillas halladas entre las ruinas de la biblioteca de Assurbanipal, en Nínive. Se sabe que esta versión fue escrita por Shin-eqi-unninni, lo que le convierte en el autor conocido más antiguo de la humanidad.
De las doce tablillas sobre Gilgamesh, once conforman el poema, probablemente escrito hacia la primera mitad del II milenio a. C, y la última representa una narración de origen independiente, sobre el mismo rey, más reciente que las anteriores, escrita hacia el final del I milenio.
Gilgamesh es un rey que oprime a los ciudadanos de Uruk, por lo que éstos claman ayuda a los dioses, quienes crean a Enkidu para que luche contra Gilgamesh y le derrote. Pero el combate resulta muy igualado, y ambos luchadores se hacen amigos, decidiendo hacer un largo viaje en busca de gloria y aventuras, en el que aparecerán toda clase de animales fantásticos y peligrosos. La narración concluye, tras innumerables vicisitudes, con un final feliz, pues Gilgamesh, que ha visto morir a Endiku y ha conocido toda clase de frustraciones y miedos, se dedica a trabajar, a su regreso, por el bien de su pueblo.
La estela de Naram-Sin.
Con la estela de Naram-Sim, hallada en Susa, el relieve acadio alcanzó su máximo esplendor. Mide dos metros de alto y en ella se narra la victoria del rey acadio contra los lulubi, un pueblo guerrero del Zagros. El rey victorioso está en lo alto de una montaña, con un píe encima de un soldado enemigo muerto y se yergue, poderoso, delante de otros dos enemigos, uno de rodillas con una lanza atravesándole el pecho. El otro permanece de píe, y es posible que sea Satuni, rey de los lulubi. Con sus manos unidas, suplica clemencia. Debajo el rey victorioso está su ejército, subiendo una empina montaña.
La temática es evidente: la victoria del rey sobre sus enemigos. Representa la escena culminante, cuando el rey derrotado pide el favor del rey victorioso. Suplica por su vida, sabiendo que ésta depende del capricho del rey acadio. Corona la composición los dos astro solares sagrados para los mesopotámicos: La estrella del alba, Venus y
Sin, el Sol.
Es de destacar el gran tamaño del rey vencedor, adornado con un casco con cuernos, símbolo de su poder. El plano de lo divino y lo humano está perfectamente delimitado. Los dioses no participan en la lucha, pero están al lado del rey vencedor, observando todos sus movimientos, y están en lo alto de la montaña, donde el enemigo, derrotado y humillado, suplica por su vida.
Destaquemos la capacidad del artista de llenar todo el campo con una sola escena. Logra, con unos pocos personajes, la sensación de un numeroso y esforzado ejército que sube una empinada ladera. La captación del paisaje se logra con la ondulación del terreno y unos pocos árboles. Los personajes están individualizados a través de gestos y posturas y los enemigos lucen largas colas en sus cabellos. La estela sigue los dictámenes egipcios, pues todas las cabezas están de perfil, nunca de frente.
Orfebrería.
La orfebrería mesopotámica es uno de los hallazgos más interesantes del mundo antiguo. El trabajo de los metales era una de las actividades artísticas y artesanales más importante de los pueblos mesopotámicos. Se han encontrado pocas piezas, ya que la mayoría de las tumbas fueron saqueadas por los distintos pueblos que invadieron aquellas tierras, en busca de los ricos ajuares funerarios. Éstas mismas invasiones hacen difícil seguir una cronología en las piezas, así como diferenciar los diferentes estilos que cada pueblo poseía. Sin embargo, en las formas y modelado del metal se descubre un naturalismo con un toque de ingenuidad, una obsesión por el detalle y la esperanza de una vida después de la muerte.
Supieron unir la cerámica con la orfebrería, pues se han encontrado restos de vasijas labradas con oro y usaron todos los metales y demás materiales: oro, plata, lapislázuli coralina, et que tenían a mano y pudieron importar de otros países. También usaron el cobre, con el que fabricaron numerosas estatuillas, seguramente como amuletos.
Escultura.
Las primeras esculturas encontradas en la zona datan del 5000 antes de Cristo. Son parecidas a las Venus presentes en toda Europa, lo que indica que fueron usadas por pueblos nómadas. Mil años después, esos pueblos se vuelven sedentarios y se aprecia una estilización de las formas tendentes al naturalismo. Se esculpen las primeras estelas y los primeros bustos.
Su tema preferido es el ser humano. Sus estatuas típicas son figuras de hombre o mujer de pie (son los llamados orantes) vestidos con largas túnicas y las manos unidas a la altura del pecho. La cara es lo mas llamativo de la escultura, con grandes y expresivos ojos y, en el caso de los hombres, tupidas barbas rizadas, lo que indica su influencia semita.
Inventaron el relieve, fabricándolos con ladrillos esmaltados o grabados en piedra y son de suma importancia para comprender su historia y su religión, así como el ceremonial unido a sus creencias religiosas. Dependiendo del pueblo que en que en aquel momento dominaba Mesopotamia, varían los temas y estilos de los relieves. Durante la corta dominación acadia, su tema preferido eran las victorias de los reyes y sus cacerías. Los sumerios prefirieron representar animales mitológicos como toros alados con cabeza de hombre. En tiempos babilónicos, se representaban escenas cotidianas o bustos de las divinidades.